martes, 21 de octubre de 2008

Clase de teoría del derecho

Como estrellas en un cielo de felicidad desnudo. Despojado de todo el esplendor que por el día es dotado gracias al Sol. Un cielo triste si no nos cubre a ambos dos cual sábana en esa cama, enorme y eterna que será de ambos hogar hasta que acaben nuestros días, días que serán de ambos y que cada uno hará del otro su compañía preferencial. Una circunstancia deseada al igual que obstaculizada. "Hay tiempo" dices. Eso que pasa no es tiempo si no es contigo. Es, simplemente sufrimiento, dolor y tortura. Falta de todo y abuso de nada. Falta de ti, que es falta de mí y falta de vida. Te quiero y te necesito a partes iguales, siendo cada una mayor que la otra a su vez. Es calor y frío. Es agobio y vacío. Es de todo compañía y, sobre todo, soledad. No te siento cerca y por eso no siento. Echo de menos tus besos, tu piel, tus ojos, tu cuerpo. Nunca me bastará de ti.

sábado, 11 de octubre de 2008

Glosario de mi vida


Tus besos, tus manos, tus labios, tu boca, tu risa, tus espasmos, tus jadeos, tu piel, tus caricias, tu respiración, tu Monte de Venus, tus ojos, tu cuerpo, tu alma, tu mirada, tu espalda, tus brazos, tus piernas, tus pies, tu placer, tu amor; todo ello es, mi vida.

Te quiero.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Tu placer

No sé por qué, pero para mí conseguir ser el causante de tu placer es aún más placentero que lo que tú puedas sentir. Y no me gusta otorgarte dicho sentimiento por mi propia obtención de dicho placer. Va mucho más allá. 

Porque no es como tú planteas el placer. No es solo un atributo más del cuerpo. Tiene que ver con él, claro, solo se puede llegar a ese punto a través de este (aunque no es del todo cierto, es el camino más rápido y más común, no obstante es inútil por sí solo). Pero, es mucho más que el mero contacto entre ambos. 

Como ya te dije, tengo un reto: conseguir erizar tu piel con cada caricia. Y eso solo se puede hacer practicando, probando nuevos caminos. Probándolos todos, sin excepción. Buscando lugares escondidos, pequeños escondites en los que guardas las sensaciones más privadas y las sensaciones que yo más aprecio y deseo. 

Conseguir que te muerdas el labio, conseguir que te acabes riendo fruto de temblores no comunes, conseguir que te falten las fuerzas, conseguir que te dejes llevar, conseguir que cierres los ojos, deleitándote con eso que sientes, disfrutando de tu placer, provoca el mío propio.

Y te eleva a ti, al estado más cercano de felicidad que jamás un ser humano podrá alcanzar. 

Es también el ejemplo claro de lo que siento. Lograr tu más perfecto bienestar es mi búsqueda. 

Tu placer es mi devoción. 



Puede que lo entiendas. Puede que no.

Puede que lo compartas. Es probable que no. 

Pero es la forma que tengo yo de verlo, algo personal y único, y que no ha de ser igual en el otro lado. Yo así lo siento y así continuaré actuando. O incluso de un modo más perfecto gracias a la práctica. 

martes, 9 de septiembre de 2008

¿Por qué no soy feliz?

Ilustrísimas señoras veteranas (y veteranos interesados), aquí tienen ustedes la redacción solicitada. Nada del otro mundo, por supuesto, pero al menos he cumplido con el compromiso contraído.

¿Por qué no soy feliz? Una pregunta difícil y, por otro lado, análoga a: ¿por qué soy feliz? En el caso de que lo fuera. ¿Pueden ustedes, aparentemente felices según dicen, contestar a dicha pregunta? Espero que no. Porque si creen que pueden hacerlo es que creen poseer la verdad absoluta, un conocimiento verdadero sin parangón sobre esta Tierra. Ahora, en el caso de que, además de creer poder hacerlo tienen la respuesta correcta, discúlpenme señoritas pero su existencia se corresponde más a la de una divinidad que la de un antropoide terrestre (por tanto entonces comenzaré a adorarlas como se merecen deidades como ustedes).

La felicidad es una idea, un estado que nadie conoce y que nadie nunca podrá alcanzar, mucho menos en un mundo como el actual. Podríamos acercarnos a esa felicidad, indefinible por otro lado. Podríamos llegar a estados de ánimo que, por similitud y solo por similitud, denominamos como felicidad. Pero no es tal cosa. No podemos ser felices, ni ustedes ni yo. Es algo simple. 

Más allá aún, ese estado anímico considerado como felicidad, no es el mismo para todos nosotros. Como para todos nosotros la belleza no es lo mismo. He aquí un ejemplo interesante. Todo el mundo sabe en qué consiste, de una u otra forma, la idea de belleza. Todo el mundo conoce la idea de felicidad. Pero, ¿ustedes consideran algo bello de igual forma que yo lo hago? No. Nadie posee dichas ideas de forma absoluta, nadie ha abstraído nunca ninguna de esas ideas en su estado mayor, en su estado de perfección. No existe la belleza, igual que no existe la felicidad. 

Por tanto, usted y yo podríamos considerarnos felices en algún momento de nuestras vidas. Pero nunca podremos ser felices. Quizás sintamos algo parecido que nos recuerda dicha idea, pero eso no es felicidad, es nuestra forma de verlo. Individual, solo válida para cada uno de forma independiente. 

Por todo eso, no soy feliz. Y bueno, tampoco soy feliz porque no soy jubilado, no tengo carné de coche, ni coche, ni carné de moto, ni moto, ni una casa en la playa, ni tanto dinero como sea necesario para que sea imposible contarlo...

Aunque haya ciertas cosas en mi vida que me puedan hacer feliz, por momentos, igual que a ustedes. Pero eso tampoco es la felicidad. 

Y si después de leer esto, si es que alguna vez lo hacen, deciden no ya no dirigirme la palabra, sino incluso negarme la mirada y solo preocuparse de mi existencia como novato para ser víctima de sus trucos, podré entenderlo.

Un saludo.

Salud y República

domingo, 7 de septiembre de 2008

Te veré

Volver a verte ha despertado en mí otra vez todas esas sensaciones de las cuales pensaba que carecía mientras no podía estar contigo. Sensaciones que son de siempre, que están aquí desde la primera vez que te vi, pero que, cada vez que se renuevan, parecen distintas, parecen cada vez mejores. E incluso, cuando se renuevan y da la sensación de que no estarán de forma efímera, sino que serán prolongadas y duraderas, son incluso más intensas, más sinceras.

Cuando vi tus ojos de nuevo me recorrió un escalofrío. Como la primera vez que me besaste. Bueno, también como la última. Y la próxima será lo mismo. Me siento completo ya, entero, sabiendo que por suerte, si todo va bien, cada vez que tú me digas que quieres más te lo podré dar, y lo mismo sucederá conmigo. Cada vez que necesite de tu piel la podré ir a buscar, y cada vez que tu piel requieran mis manos, podré ir en su ayuda.

Podré sentirte más cerca. Podré tenerte para mí. Podré verme en tus ojos. Podré tenerlos para mí. Podré quererte y ya no desde tan lejos. Podrás estar ahí. Estaré yo aquí. Estaremos juntos.

Te veré.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Es quererte

Es el final de uno mismo. Provocar dolor en la persona que más quieres lo único que hace es que ese dolor se vuelva contra uno y acabe minando a uno mismo.

Es. No es. Simplemente no es. Dejas de ser persona, acabas con tu dignidad. Sufres de su sufrimiento y sufres por culpabilidad. Tienes el dolor por condena, incluso cuando ella deja el llanto y recupera la felicidad, esas lágrimas que un día fueron derramadas acaban pesando sobre tu cabeza, se solidifican y se convierten en gotas de plomo que te aplastan sin piedad.

Te conviertes en basura. Crees no merecer continuar. Y esa es la realidad, tu vida no va más allá de la suya. Todo lo que a ella le suceda recae en ti. Si es feliz, tú lo serás, puede que más. Pero si no es feliz, si sufre, te ocurrirá lo mismo a ti. Y será aún peor.

Al igual que si esa felicidad se la has llevado tú. Entonces, como si de un espejo se tratara, esa sonrisa se marcará en ti de igual forma. Pero la culpabilidad que uno ha de cargar por haberla hecho sufrir es una pena desmesurada. Es dolor, tristeza. Es negro, oscuridad. Es la nada, vacío. 

Es quererte.

lunes, 11 de agosto de 2008

Tu ausencia

Un segundo sin ti es una tortura. Es un dolor implacable, insoportable, carente de comparación alguna. Es algo más allá de lo físico, más allá de lo humano, indescriptible. Indestructible.

Es un pedazo de hierro clavado en el corazón que va adentrándose más cada vez que este late. Una daga, una espada, una lanza clavada para siempre aquí dentro.

Un veneno sin antídoto y de efecto lento, que va devorándome por dentro sin pausa, jactándose de cada una de sus hazañas, cada uno de sus destrozos, cada uno de los dolores que provoca.

Una enfermedad sin cura que no tiene piedad de quien la contiene. Un virus dañino y mortal que hace sufrir cada segundo de su existencia. Cada segundo sin ti.

Todo eso es tu ausencia.

O incluso más. Es mi derrota, mi desconsuelo, mi sufrimiento, mi terror, mi dolor, mi peso, mi tristeza, mi llanto, mi propia ausencia, mi indiferencia, mi intranquilidad, mi herida, mi única preocupación, aquello contra lo que lucho, mi verdugo, mi final.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Yo acariciaba tu espalda

Yo acariciaba tu espalda
recorría tu cuerpo con mis manos
y tú
tú girabas tu cara
mirabas para otro lado.

Yo miraba tus labios
deseaba llegar tan alto, hasta tocarlos
y tú
tú cerrabas los ojos
no querías verme alcanzarlos.

Yo olía tu pelo
estudiaba cada aroma con sigilo
y tú
tú regalabas silencio
tu pasividad me mantenía en vilo.

Yo sabía amarte
deseaba que tú me amaras
y tú
tú no decías palabra
simplemente te callabas.

Y mientras tanto mi tristeza inundaba todo mi cuerpo. Mi tristeza me inundaba por completo. Se hacía dueña de mis días, de mis horas, de todo mi tiempo. Se hacía dueña de mi vida en definitiva. Como tú misma hiciste. 

Te adueñaste de mí, me robaste los sentidos. Te apoderaste de mis miradas, hiciste tuyos mis silencios y mis palabras. Hiciste tuyos mis miedos y mis placeres. 

Te necesito conmigo.

sábado, 2 de agosto de 2008

Tu espalda

Recorrer el itinerario a lo largo de los surcos de tu espalda. Ese es mi único anhelo, lo único que deseo ahora que el vacío de tu ausencia ha llenado mis ojos de lágrimas. Ahora que ese vacío es irremediablemente creciente y que me va devorando poco a poco, pedazo a pedazo, como un día soñé yo devorarte a ti.

Eres el objeto de mis penas y alegrías. Junto a ti soy feliz, y cuando tú no estás la tristeza inunda la humilde morada de mi corazón. Un corazón que trata de encontrar las notas que te hicieron venir junto a mí, para poder hacerte volver y quedarte a mi vera para siempre. Quiere cantarte aquello que tanto te gustó, esa copla que te enamoró, esa copla que te acercó a mí y que nunca debí dejar de entonar para que nunca te tuvieras que marchar.

Eso es lo único que siento. Cada vez que cierro mis ojos veo los tuyos en mis párpados, dos luceros brillantes y enormes que me miran desde lo más profundo del hoyo que has cavado en mi memoria. Un hoyo en cuyo fondo hay un baúl con todas las cosas que me dejaste. Pero es demasiado profundo como para no sentir vértigo al ir a buscarlo.

Los seres humanos somos así. Nos cuesta pensar en el futuro de las cosas que aún no han llegado. Cuando sucede algo, cuando aparece el primer síntoma de un suceso cercano, cuando ya estamos sobre el propio tren del desarrollo de la historia, es cuando podemos pensar acerca del desenlace, si lo hay, o al menos del devenir, del progreso, del "¿cómo seguirá? Hasta entonces, es eso, vértigo lo que sentimos al mirar hacia delante. 

Pero quién me iba a decir que iba a poder, o que iba a tener que pensar en eso. De hecho, quién me dice a mí que pueda pensar en ello. Cómo puedo saber yo que somos dos por entidad, o simplemente uno más uno unidos por avatares del destino y desunidos por culpa del desarrollo lógico de los acontecimientos. Cómo puedo yo saberlo. 

Aún así, seguiré soñando con esa realidad dual que ambos juntos conformamos. De hecho, por separado, yo no me siento entero. Me falta algo. Esa sensación que hace a uno dar vueltas en la cama sin encontrar posición aunque se prueben todas las existentes en el mundo entero. No encuentro acomodo si no es a tu lado. No consigo dormir si no es con tu esencia. No puedo hacerlo si no es a la sombra de tu silueta. 

Otra noche sin dormir

Otra noche sin dormir. Otra noche sin dormir por culpa de tu recuerdo. Tu silueta a mi lado se ha apoderado de todo mi ser, y sin ella, ya no estoy completo, ya no soy yo. Soy mi mitad, una parte de mí mismo, un ente diferente, que ya no encuentra todo aquello que busca al mirar a su alrededor. 

Sin tu silueta a mi lado, en la cama, ya no puedo dormir. No puedo hacerlo. Doy vueltas y vueltas en la cama, alargo mis brazos hasta el infinito para intentar tocarte, pero no lo consigo. No llego hasta tu espalda, esa que antes podía y disfrutaba acariciar. 

Ya no puedo recorrerte por entero, y por eso muero. Muero cada vez que giro la vista para mirar tus ojos y no puedo verlos. Muero cada vez que te busco con mi mano y lo único que toco es la soledad plasmada en una sábana descubierta, llena de tus recuerdos para mí, vacía de tu presencia. 

Es un agujero negro en el que se pierden mis sentidos. El vacío en mi cama, una cama que llora por tenerte, una cama que es un remolino de ansiedad, de tristeza, de llantos por tu cuerpo. Una cama que no vale nada sin ti. Que es solo una tabla acolchada sobre la que no puedo dormir. 

Te quiero a mi lado. Te necesito aquí. Y no puedo articular esas palabras delante de ti. Por eso escribo esto para nadie, solo para aliviar mi mente que es toda entera celda de tus recuerdos. Recuerdos que te anhelan, que me destrozan por dentro como termitas endiabladas que van triturando mi bienestar. 

Termitas que llevan tu nombre, como yo lo llevo grabado a fuego. Y parece que por arte de magia se repite sin cesar a mi alrededor. Pero te busco y no te veo. Y sufro cada vez. Sufro cada día, cada instante. Te quiero.

A veces siento que te huelo. Siento que puedo olerte, como antaño hacía, recorriéndote centímetro a centímetro, milímetro a milímetro para intentar quedarme con una mínima parte de ti. Para intentar tener al menos eso conmigo y llevármelo a todas partes, y tenerlo para no echarte de menos.

Pero es imposible no hacerlo. Es imposible continuar sin ti. ¿Por qué tuvo que empezar todo esto? No me imaginé, nunca pude llegar a concebir tanto sufrimiento como el que ahora me tortura y lleva tu nombre.

viernes, 1 de agosto de 2008

Es muy complicado hacerlo

Claro que me he aclarado. Por supuesto. 

Tengo el corazón en vilo ahora que no te tengo a mi lado. Me duele todo mi cuerpo ahora que no estás junto a mí. 

Lo difícil es sincerarse delante de un teclado cuando sabes que lo que escribas va a ser directamente leído por ti. Es muy complicado hacerlo. 

Y es aún más difícil cuando uno solo sabe lo suyo, y no sabe qué ocurre por el otro lado, qué hay en la cabeza de la otra persona. Es muy complicado hacerlo.

Solo quiero estar contigo otra vez. Acariciarte de nuevo. Ser objeto de tu mirada otra vez. Que me devores con esos enormes ojos de los que soy devoto. Quiero decirte que solo quiero estar contigo. Pero es muy complicado hacerlo.

Decirte que lo eres todo para mi. Que sin ti no existe nada más que tus recuerdos. Decirte que te echo de menos. Que te quiero. Que no puedo vivir sin ti. Pedirte que vuelvas a mi lado. Que no te separes de mí nunca más. Pedirte que dejes de ser la dueña de mis sueños y que vuelvas a ser parte de mi realidad. Eso es lo que quiero hacer. 

Pero es muy complicado hacerlo.

martes, 29 de julio de 2008

Te necesito

Y por qué se tiene que terminar en el mejor momento. 

No existe razón alguna por la cual sea justo el adelanto de un final impredecible. Impredecible por lo insólito de su comienzo, y lo absurdo de su continuación. 

¿Por qué tuviste que aparecer de repente, perturbando una paz extrema que había tranquilizado mi presente y mi devenir? ¿Por qué tuvieron tu olor y tu tacto que adueñarse de todos mis sentidos? ¿Por qué no pudiste apartar la mirada, hacerme sufrir por unos leves instantes, pero impedir que ahora necesitara de tu presencia para todo mi existir? ¿Por qué tuviste que adoptar la etiqueta de ubicuidad en mi mente? ¿Por qué tuve yo que ahogarme en las profundidades de tus ojos? ¿Por qué tuve que acostumbrarme al sonido de tu voz?

No hay respuestas racionales en estos asuntos. Solo hay consecuencias emocionales, efectos palpables, duros de eliminar, imposibles de borrar. 

No hay nada más que los recuerdos de las sensaciones inolvidables y la sensaciones que el vacío de las anteriores dejan. Es imposible continuar con lo que uno tenía antes de ti.

Y te echo de menos. Y no sé si es porque te quiero, o simplemente porque te hiciste un hueco como parte de mi vida. Aunque solo fuera por un tiempo. 

Pero creo que es la primera. No es normal echar de menos unos ojos, una voz, una sonrisa... si solo es por costumbre. 

Pero necesito que estés a mi lado para poder seguir. Ya no tengo ganas de nada. Me falta una parte de mí. Me faltas tú. Me falta tu presencia. Ya no quiero seguir si eso significa estar sin ti.

Y otra vez me repito, y me repetiré hasta la saciedad. Pero es que.. te necesito tanto.

viernes, 16 de mayo de 2008

No hay nada más

No podía perder de vista tus ojos. No podía. Cada vez que intentaba hacerlo, me venían otra vez a la memoria. Así que, de una manera u otra, no dejaba de mirarlos, atónito. Sufría cada vez que los cerrabas, y en menor medida, cada vez que los apartabas de mí. Ellos, junto a tu sonrisa, hacían que nada tuviera importancia, excepto tú. 

Y solo me provocabas arrepentimiento. Ganas de dar marcha atrás, volver a donde una vez estuve, donde una vez me equivoqué. Y deseé, y siempre desearé, no haberlo hecho. Es, como una espina clavada, una espina que lleva tu nombre. El mismo que un día estaba junto al mío. El mismo que un día perdí, solo porque quise. Solo porque cometí un error.

Una segunda oportunidad nunca está bien pedirla, y de hecho no lo haré, porque no quiero molestar. Pero, hoy día, no hay nada que me pueda hacer más feliz que volver a estar junto a ti. Que volver a probar tus labios una y otra vez. Que dejar de soñarte, para poder tenerte en la misma vida. 

No hay nada más que me haga más feliz. 

No hay nada más de lo que me pueda arrepentir.

Como lo hice de decirte adiós.

lunes, 28 de abril de 2008

Versos Vagos (Fernando Menéndez)

Memoria escrita

Exiliados del tiempo
entre emboscadas piedras
con el amor cubierto de nubes
buscamos el pasado
que nos espera siempre.

Recuerdo tus manos, abanicos
tras la luz y tus ojos
silencios sin límite, en mágicas
tardes destinadas a poetizar
la memoria.

Paseando por la plaza
reencontrabas tus pasos
que volvían a tus labios
hilados de luz.
Como el liquen en la piedra
conspiraba la muerte
por atrapar tu sombra.

Eras la piedra y el bosque,
la lluvia y el verso,
la huella de un corazón amigo.

Donde la luna despierta
tu voz alcanza el horizonte
hasta tu verso se deshace
y se rompe en pensamientos.

Te enamoraban
las ruinas y las leyendas
de oscuras hazañas;
eran el destino
de tu canto, 
estancias de la soledad.

En cada verso tu mirada
y la inmensidad por testigo
nombraban al deseo y lo negabas
desasiéndote del tiempo.

Has dejado la senda
del rumor de las fuentes 
por otros espacio nublado
que sueña en el confín,
corriente rezagada de tu omega.


Espero que no tenga copyright.

jueves, 24 de abril de 2008

¿Y ahora?

Hay ciertas ocasiones en las que uno siente asco de sí mismo. Y no de cómo uno se ve en el espejo, ni siquiera de cómo ven a uno. Solo siente asco de la forma en la que está actuando. Y tiene la opción de cambiarlo, y dejar de darse asco; o de seguir siendo así, y no "traicionarse" a sí mismo.

Cuando a uno no le importa lo que el resto de la gente pueda pensar de él. Cuando no le incumbe si alguien le guarda cierto aprecio o no, se puede permitir no causar buena impresión en absoluto. Pero, hasta qué punto puede uno dejar que esa despreocupación se apodere de su comportamiento. 

Nunca sabes dónde está ese lugar cuando te quedas corto. Siempre tienes que superarlo, tienes que ir más allá para darte cuenta de dónde está, para darte cuenta de que ya te has pasado, no hay marcha atrás. 

Si tienes suerte, los errores podrán ser enmendados. Quizás sea esa, aun pareciendo la mejor opción, la más perjudicial. Porque no te das cuenta de lo que puedes llegar a perder, de las verdaderas consecuencias de tus actos. 

Sí, muy bien, pero ahora, una vez que uno se ha equivocado, y que aún no sabe si algo de lo marrado tendrá remedio, qué es lo que debe hacer. ¿Debe cambiar? ¿Intentar solventar su error? ¿O debe continuar, solo por no volver a adoptar otra forma de actuar?

lunes, 31 de marzo de 2008

Capicúa

Para mi extenso público, aquí dejo otra de mis idas de mente. Algo de alcohol tuvo su culpa, no voy a negarlo. No es bueno, ni especial, simplemente son letras escritas una detrás de otra con una mínima coherencia que las hace entendibles al menos. 

Ahí está, pues:

A veces recuerdo aquel momento y me vuelvo loco. Me vuelvo loco pensando que solo fue un momento, un segundo, algo inimaginablemente pequeño en comparación con la inmensidad de mi soledad. Nunca fui tan feliz como durante aquellos escasos segundos. Y probablemente nunca lo seré.

No sé si se repetirá alguna vez. No lo sé. Ya sea por avatares del destino, o por algo que él mismo me debe, se repita ese momento de eterno placer. Algo más allá de lo físico, de lo material incluso. Algo perteneciente a lo sentimental, pasional. Como aquella vez que tú fuiste mi presa y yo, cazador desbocado, amante de cada centímetro libre de cobertura de tela. 

Recuerdo que cuando te dije que eras lo único que me importaba empezaste a hacer preguntas que tienen que ver con lo racional, a lo que no responde lo que siento por ti. Te lo dije, y no me quisiste creer. No quisiste dar por cierta la realidad. Que en el amor no tiene cabida la razón. Que en el amor, lo único que importa son los impulsos del corazón. 

Que me muero por tenerte, me muero por besarte, por acariciarte, por probar de nuevo el néctar de tu boca, el dulzor de tus labios. Daría mi reino por tu compañía, por permitirme acariciar cada milímetro de tu piel. Vendería mi alma al diablo si a cambio tus besos me regalase, si tu presencia, por el resto de mi vida, me otorgase. Quisiera que la otra mitad de mi cama tú la ocupases. Que el agujero que poseo en el corazón tú lo llenases. 

Ojalá estuvieras aquí. Ojalá me besases. Ojalá yo fuera para ti lo que tú para mi todo. Las ganas de vivir. Las ganas que tengo de amarte. 

sábado, 29 de marzo de 2008

Echarte de menos

Sí, claro que puedo echarte de menos. De hecho, no puedo dejar de hacerlo. 

Casi cada momento recuerdo aquellos escasos momentos que compartimos. Aquellos pocos segundos en los que estábamos unidos, tú y yo, ambos dos, separados por escasos centímetros, mirándonos fijamente, quedando sorprendidos cada uno de nosotros, por la reacción del otro. 

Recuerdo aquella vez en la que yo estaba en el suelo, y tú, encima de mí, adquirías el status de escultura, mirándome, desde las alturas, esbozando una sonrisa. Aún tengo guardados en mi memoria cada uno de los instantes en los que ibas acercándote y nuestros labios se rozaban.

Claro que puedo echarte de menos. Echo de menos, no poder dejar de hacerlo.

miércoles, 26 de marzo de 2008

¿Durará?

Siempre me gustó escribir, o al menos eso creo. Y es por eso que en más de una ocasión hice esto que he vuelto a repetir hace unos minutos, y que se conoce, entre los humanos capaces de usar el lenguaje, como "abrir un blog". Pero nunca duró más que unos pocos meses, en los mejores casos. Quizás parte de la culpa la tuvo que me dediqué más a mostrar lo que escribía que a disfrutar simplemente de hacerlo.

Esta vez espero que dure. Espero que sea más que un entretenimiento pasajero que me llene durante un par de meses, o semanas, o quizás días. A lo mejor me paso las próximas dos horas escribiendo y leyendo lo ya escrito en este blog, o simplemente los dos minutos que tardo en redactar esto. No sé cuánto durará. Espero que sea más que en otras ocasiones. 

Para empezar, copiaré aquí algo que había escrito hace tiempo, en uno de esos días que últimamente tengo, que definen pesimismo mejor que la palabra misma, y en los que lo único que puedo hacer es aprovechar que por momentos siento, y escribirlo. A veces sirve de algo. 

Ahí va pues: 

Son como dos grandes vigas. Dos vigas que me van aplastando, poco a poco, de forma lenta, riéndose de mi propio sufrimiento. Dos vigas hechas ellas, por entero, de tristeza. Macizas. Que hasta ahora escondí, dejando solo ver, y de vez en cuando nada más, el efecto que su peso me producía. Esas dos vigas me comprimen, casi me reducen al absurdo. Reducen mi vida a lo absurdo que la encuentro.

Nunca me he planteado la razón de su construcción. Por qué se han creado y de dónde ha salido todo el material que las ha erigido. Nunca lo hice y probablemente debiera hacerlo. Al menos si sé de su realización, sabré de su destrucción. Pero, ¿quiero destruirlas?

Quizás no o quizás sí. Es un buen escudo, una buena excusa ante cualquier cosa que pueda marrar. Es una buena opción para parapetarse detrás y no mostrar, así, mi verdadera debilidad. Decir que eso existe y nada más, sin entrar en detalles ni entrar a valorar. Para qué hacerlo. Ahí está, y creo que seguirá. 

En cuanto uno empieza a preocuparse por algo, parece que se convierte en una bola de suciedad a la que se va pegando todo lo que encuentra. Empieza por ti mismo y acaba por y con los de tu alrededor. Por el camino lo vas dejando todo, te vas dejando llevar, dejas tu tiempo, tu alma, tu cuerpo, tu pensamiento... todo lo dejas a merced de las dos vigas, que parecen de plomo, pero que trascienden lo material. 

Parece que se subliman, que permanecen ahí, sobre tu cabeza, pero poco a poco van traspasando la barrera de tu cuerpo hasta destrozar todo lo que tienes dentro. Nadie sabe cómo empieza, pero todo el mundo sabe cómo acaba. Y no es un final feliz, desde luego que no. Ni siquiera es rápido. En realidad parece que tus propias penas se van riendo de tu sufrimiento y van ralentizando el final, coincidente, de ambos. 

¿Hay razones para acabarlo ya? Solo nos queda pensar, solo me queda pensar en los demás. Pero, si todo esto empezó por los demás, ¿debería pensar en ellos como un obstáculo para mi final? ¿O simplemente como los verdaderos culpables de su principio, del principio del final?

¿Por qué no acabar con todo? Al fin y al cabo, yo ya no tendré que cargar con las consecuencias. Será un acto egoísta, sí. Pero se me podrá calificar mientras sea. Cuando deje de existir, ya no tendré ninguna calificación. Eso ya no será asunto mío. La continuidad del resto ya no tendrá nada que ver conmigo, ya que yo no seré más. Y no es solo que no forme parte del conjunto total. No es solo que ese conjunto deje de contar con mi presencia. Es que yo, desde mi propia consideración de yo, no volverá a ser. Y, desde la consideración de los demás, no volverá a ser presente. Así pues, ¿debo preocuparme por cómo estarán los demás si yo ya no seré por ese entonces?

Falta. Pero me parecía demasiado absurdo como para escribirlo aquí. El resto son asuntos solo de mi alcoba.