lunes, 31 de marzo de 2008

Capicúa

Para mi extenso público, aquí dejo otra de mis idas de mente. Algo de alcohol tuvo su culpa, no voy a negarlo. No es bueno, ni especial, simplemente son letras escritas una detrás de otra con una mínima coherencia que las hace entendibles al menos. 

Ahí está, pues:

A veces recuerdo aquel momento y me vuelvo loco. Me vuelvo loco pensando que solo fue un momento, un segundo, algo inimaginablemente pequeño en comparación con la inmensidad de mi soledad. Nunca fui tan feliz como durante aquellos escasos segundos. Y probablemente nunca lo seré.

No sé si se repetirá alguna vez. No lo sé. Ya sea por avatares del destino, o por algo que él mismo me debe, se repita ese momento de eterno placer. Algo más allá de lo físico, de lo material incluso. Algo perteneciente a lo sentimental, pasional. Como aquella vez que tú fuiste mi presa y yo, cazador desbocado, amante de cada centímetro libre de cobertura de tela. 

Recuerdo que cuando te dije que eras lo único que me importaba empezaste a hacer preguntas que tienen que ver con lo racional, a lo que no responde lo que siento por ti. Te lo dije, y no me quisiste creer. No quisiste dar por cierta la realidad. Que en el amor no tiene cabida la razón. Que en el amor, lo único que importa son los impulsos del corazón. 

Que me muero por tenerte, me muero por besarte, por acariciarte, por probar de nuevo el néctar de tu boca, el dulzor de tus labios. Daría mi reino por tu compañía, por permitirme acariciar cada milímetro de tu piel. Vendería mi alma al diablo si a cambio tus besos me regalase, si tu presencia, por el resto de mi vida, me otorgase. Quisiera que la otra mitad de mi cama tú la ocupases. Que el agujero que poseo en el corazón tú lo llenases. 

Ojalá estuvieras aquí. Ojalá me besases. Ojalá yo fuera para ti lo que tú para mi todo. Las ganas de vivir. Las ganas que tengo de amarte. 

No hay comentarios: