Eres el objeto de mis penas y alegrías. Junto a ti soy feliz, y cuando tú no estás la tristeza inunda la humilde morada de mi corazón. Un corazón que trata de encontrar las notas que te hicieron venir junto a mí, para poder hacerte volver y quedarte a mi vera para siempre. Quiere cantarte aquello que tanto te gustó, esa copla que te enamoró, esa copla que te acercó a mí y que nunca debí dejar de entonar para que nunca te tuvieras que marchar.
Eso es lo único que siento. Cada vez que cierro mis ojos veo los tuyos en mis párpados, dos luceros brillantes y enormes que me miran desde lo más profundo del hoyo que has cavado en mi memoria. Un hoyo en cuyo fondo hay un baúl con todas las cosas que me dejaste. Pero es demasiado profundo como para no sentir vértigo al ir a buscarlo.
Los seres humanos somos así. Nos cuesta pensar en el futuro de las cosas que aún no han llegado. Cuando sucede algo, cuando aparece el primer síntoma de un suceso cercano, cuando ya estamos sobre el propio tren del desarrollo de la historia, es cuando podemos pensar acerca del desenlace, si lo hay, o al menos del devenir, del progreso, del "¿cómo seguirá? Hasta entonces, es eso, vértigo lo que sentimos al mirar hacia delante.
Pero quién me iba a decir que iba a poder, o que iba a tener que pensar en eso. De hecho, quién me dice a mí que pueda pensar en ello. Cómo puedo saber yo que somos dos por entidad, o simplemente uno más uno unidos por avatares del destino y desunidos por culpa del desarrollo lógico de los acontecimientos. Cómo puedo yo saberlo.
Aún así, seguiré soñando con esa realidad dual que ambos juntos conformamos. De hecho, por separado, yo no me siento entero. Me falta algo. Esa sensación que hace a uno dar vueltas en la cama sin encontrar posición aunque se prueben todas las existentes en el mundo entero. No encuentro acomodo si no es a tu lado. No consigo dormir si no es con tu esencia. No puedo hacerlo si no es a la sombra de tu silueta.
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